Mantener una identidad clara y consistente es clave para no romper el vínculo con los consumidores habituales.
En un contexto de consumo cada vez más atento a los valores de las marcas, sostener una identidad coherente se volvió un activo estratégico. Esto aplica con especial fuerza a las propuestas desarrolladas por los propios canales comerciales, que deben lograr una conexión genuina y sostenida con sus públicos, más allá del precio o la conveniencia.
Un estudio reciente de la consultora NielsenIQ reveló que el 71 % de los consumidores globales espera que las marcas mantengan su estilo, promesas y atributos principales a lo largo del tiempo. Cuando eso se quiebra —por cambios abruptos de fórmula, imagen o calidad— el efecto puede ser la pérdida inmediata de confianza, incluso entre los compradores más fieles.
Esa fidelidad se construye, en gran parte, sobre la previsibilidad: que lo que el cliente encuentra en el envase o la percha coincida con lo que espera. Las estrategias exitosas se apoyan en una narrativa de marca sólida, que respete su propósito original, su perfil sensorial o funcional, y su posicionamiento en cada categoría.
En ese marco, los desarrollos que nacen desde el canal tienen la ventaja de conocer de cerca al consumidor. Pero esa ventaja se convierte en riesgo si no se cuida la esencia de la propuesta. Porque cuando una marca traiciona su identidad, no solo pierde ventas: también pierde relevancia.
